¡FELIZ DÍA MAESTROS Y MAESTRAS!
¨EDUCAR NO ES SOLAMENTE DAR CARRERA PARA VIVIR, SINO TEMPLAR EL ALMA PARA LAS DIFICULTADES DE LA VIDA¨
¨La sonrisa de un niño que es feliz en la escuela no tiene precio.
La sonrisa de un maestro que es feliz en la escuela....eso tampoco tiene
Precio¨.
EDUCAR CON CORAZÓN…
La sonrisa tendría que ser considerada un elemento típicamente escolar, como
son los libros, los cuadernos, los lapiceros o las pizarras. Hoy, quizás más que
nunca, es preciso devolver la sonrisa a los rostros de los niños y niñas y al
semblante de sus maestros y maestras.
La presencia o no de sonrisas es uno de los más fieles y sensibles barómetros
para medir el nivel de presión (u opresión) en la atmósfera de una clase. La
sonrisa es un termómetro preciso que refleja la calidez o frialdad del encuentro
humano en el que se sostiene un determinado modo de intervención
pedagógica. La sonrisa marca en las caras de alumnos y profesores, de padres
e hijos, cuál es la temperatura con la que se cuece el proceso educativo.
Nuestra clase podía ser entendida, considerada y vivida como un campo de
cultivo de sonrisas. Fui reconociendo que, como maestro, estaba llamado a ser,
en cierto modo, un sembrador de sonrisas, un cultivador de alegrías. Por eso
procuraba que lo primero que encontrasen los niños cada mañana, al
comenzar una nueva jornada escolar, fuese mi sonrisa. Esta era,
conscientemente, mi primera actividad o lección del día: la energía de la
sonrisa, el regalo de la sonrisa, el arte de sonreir, pero sobre todo, el derecho a
la sonrisa.
La sonrisa es también una energía que es preciso atenderla, enfocarla,
activarla y cultivarla.
La sonrisa constituye un extraordinario alimento que ha de estar presente y
servirse en la mesa (pupitres) de cada día. Es una medicina que actúa de
manera fulminante y eficaz, es la vitamina por excelencia para nuestro corazón.
La sonrisa nos alisa y allana el camino para llegar a los demás y nos abre sus
puertas. Trazar una sonrisa en el momento del encuentro es como decir: ¡Aquí
estoy!. Quien devuelve la sonrisa no está sino respondiendo: “Pasa y entra”. La
sonrisa pone la llave y abre la puerta.
Yo regalaba a mis alumnos mi sonrisa y ellos me la devolvían multiplicadas. Y
fuimos puliéndolas, limpiándolas, distinguiéndolas de esas otras sonrisas
moldeadas por la malicia, el sarcasmo, el cinismo, la mordacidad o la acritud.
Cuando un niño o una niña sonreía ante mi presencia sentía que con él o ella
era toda la Creación, el Universo entero el que se regocijaba en su sonrisa.
Cada vez que sonreía a un niño le estaba diciendo: “Me gusta estar aquí”.
Cada vez que un niño o niña sonreía estaban diciéndome: “Soy feliz estando
aquí y contigo”.
Esta es una de las máximas felicidades de este trabajo: escuchar cómo cantan
y cómo ríen los niños que se marchan y alejan tras haber pasado toda una
mañana contigo.
Extraído del libro EDUCAR CON CORAZÓN,
De JOSÉ MARÍA TORO,Editorial DESCLÉE
EDUCAR O EL ARTE DE ENCENDER LOS OJOS.
Cuando vemos luz tras una ventana sospechamos que hay alguien dentro. Por eso, cuando unos ojos se opacan, cuando pierden su brillo y la mirada se muestra apagada
nos percatamos que esa persona es como una casa vacía.
Pocas cosas me resultan tan sobrecogedoras como los ojos apagados de un niño
porque me indican que salió de sí mismo, vive exiliado de su propia alma y anda
errante y perdido en medio del mundo.
Un maestro debe aprender a mirar la mirada de los niños y debe dejarse mirar por ella.
Ha de saber que el niño de mirada perdida no puede mantener fija su atención porque
su mundo interno es un laberinto, un caos, un desasosiego, todo un universo de
tensión, inquietud, ansiedad e incluso miedo.
El niño salió de su casa sin saberlo y ahora no sabe el camino de regreso y no
encuentra las llaves que le devuelvan a su propio hogar.
Los ojos no son sólo el espacio desde el que miramos sino que han de ser objetos
permanentes y continuos de nuestra mirada.
Mirar a los ojos es una urgencia pedagógica, un impresionante reto vital.
Devolver el brillo, la luz y la belleza a los ojos apagados de los niños y jóvenes es
también una competencia básica, un contenido curricular y una eficacísima
herramienta metodológica.
Iluminar los ojos de los niños es devolverlos a casa, a su casa, a su corazón.
Es maestro quien con su propia lumbre prende lo que estaba apagado, aviva lo
mortecino y es capaz de hacer resurgir algo nuevo de las cenizas.
Educar es, a fin de cuentas, el arte de encender los ojos del entusiasmo y de la alegría
para que todo el rostro se ilumine con el resplandor de lo mejor de sí mismo.
Extraído del libro EDUCAR CON CORAZÓN,
De JOSÉ MARÍA TORO,
Editorial DESCLÉE
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